jueves, 8 de abril de 2010

Momentos Inesperados

Un cumpleaños cualquiera se acercaba; él miraba el horizonte mientras esperaba aquel mensaje de texto que nunca llegaría. Desde el momento de aquella contrariedad, cuando se dio cuenta por un instante que llorar no era para idiotas, pero sólo en el momento de su desahogo, cuando seguro esperaba renacer, pensaba tal vez de forma acertada que desarrollaba su personalidad; aunque esta no fuese más que un rompecabezas mal armado de todo aquello que en un pasado había observado, y le hubiese gustado para sí. Solitario por supuesto, ya que conservar amistades es un trabajo arduo, y de los muchos libros contables que había leído, ninguno le mostraba la fórmula para poder obtener el capital neto de una amistad duradera. Aunque su inteligencia matemática había desarrollado algo parecido, para tener menos cosas de las cuales quejarse, era el momento de aplicar esa fórmula; así pensase constantemente que el fuese su único medio de diversión.
Muchos lo tildaban de esquizofrénico, aunque su cuadro psicológico no fuese nada parecido. Distraído por el momento de su ocio, tomaba vodka para aumentar su libido. Tres botellas justamente fueron las que su sangre aceptó como valentía adquirida, herramienta primordial en la formula de la amistad. Una lagrima por su mejilla corrió mientras recordaba momentos de su pasado, que seguramente nunca fue el más tortuoso, pero su experiencia le decía que sólo a él esas cosas le sucedían. Observaba aquella agenda, el número de aquella cliente de la cual llevaba años enamorado sin cruzar una palabra, por su esfuerzo de tener relaciones estrictamente profesionales, mientras su olor recordaba como el más exquisito de todos. Así que mientras más se decía que sería una estupidez, deseaba con más fuerzas apretar el botón de llamar, pero, ¿Qué diría? Siempre había sido tan estúpido al hablarle a una hermosa dama que seguramente guardaría silencio, pero ya su mente estaba lo suficientemente sumergida en el vacio etílico como para sentir inhibición. Pensando de forma razonable, que una buena función para los celulares actuales con miles de funciones innecesarias, una a la que él le daría buen uso es aquella que no permitiera hacer estupideces a los borrachos; los celulares y el alcohol son una mala combinación.
---Buenas Noches Licenciado, ¿En qué le puedo ayudar?--- expreso la voz que seguramente era de su tormento, por un momento pensó que ella también estaba a punto de llamarlo y entonces por eso supo quien era sin preguntarle, pero también recordó una de las funciones de los celulares, el identificador de llamadas.
---Buenas, en realidad se que llamo tarde, es cierto, pero sinceramente si no lo hago en este momento nunca lo hare. ¿No te molesta, cierto?--- fueron la palabras que salieron de su boca evitando ser imprudente, ella respondió que no le molestaba.
---¿Quiero invitarte a salir?, ¿Qué me dices?--- de repente escucho en la bocina de su teléfono un tono agudo y continuo, ella había cortado la llamada.
Una lágrima de forma inmediata corrió por su mejilla, había guardado muchas esperanzas en aquel pensamiento convertido en ese su presente, esa que seria una red de mentiras convertidas en verdad por su soledad. Así que lloró, más que un rechazo sentía temor a no poder sumergirse en sus propios sueños alquilados.
Así que sin dudarlo destapo otra botella, bien sabia que bebía con su mejor amigo, aunque nadie lo acompañase. Cuando abrió sus ojos se encontraba tirado en aquella acera, con su cuerpo adolorido, con su boca con sabor a sangre y sin un centavo en el bolsillo; aunque en realidad se encontraba tan sumergido en su depresión, que las actividades de los humanos insensatos le parecían irrelevantes. Así que sin más a donde ir se dirigió a su hogar, pidió la copia de seguridad de su llave al conserje y entró a su apartamento, en el cual al entrar recordó que había llegado el día de su cumpleaños. En un pasado lejano, cuando su reloj biológico marcaba los veinte, se había jurado que nunca permitiría verse morir anciano, que viviría su vida de forma intensa y cuando hubiesen pasado treinta y cinco cumpleaños mas, acabaría con su vida, porque estaba seguro que ya tendría muchísimos recuerdos para la eternidad de aquel húmedo ataúd.
Pero los años fueron pasando, y su único recuerdo apasionado fue el día que probó la comida mexicana, así trataba de investigar si era propicia su despedida. Así que empezó a realizarse preguntas, unas que solamente él podía saber las respuestas, quería saber si iba a ser recordado en su ausencia. Pero lo único que paso por su mente fue vacio, inconformismo de pensamientos y momentos llenos de cobardía absurda, decisiones tomadas en los momentos justos que dieron el impulso a aquellos que pronto lo habían olvidado, había sido un instrumento desechado, una espátula usada para remover defectos personales, que había llegado al final de su vida útil. Así que llamo a los que tal vez le importaría su muerte, aquellos que tenia años que no llamaba, no por desinterés, sólo pensó en que sería energía desechada. Se enteró que todos y cada uno había crecido, sin haberse entregado al sistema de cosas materiales humana, y se entraban a su tercera edad de forma exitosa, podía percibir claramente que esperarían su muerte natural seguramente junto a la que ellos habían tildado de alma gemela, con una sonrisa en sus labios por haber tomado decisiones correctas. Pero bien sabía que ese no sería su caso.
Pensó que era demasiado tarde para recomenzar, había perdido una vida, vendido un alma por un vale que nunca le seria vuelto efectivo, la única esperanza que guardaba en el mundo, el numero de aquella dama que bien sabia también, se encontraba solitaria igual que él, había sido utilizado de manera estúpida. Aunque podía con todo el dinero que había reunido y nunca gastado innecesariamente, convertirse en un tipo de Huf Herner mediocre, prefería y bien sabia, que eso para él, seria retroceder lo poco que había avanzado; prefería morir siendo un ser invisible e irrecordable, a convertirse en un anciano vacio, invisible e irrecordable, con el cual sólo podían tener sexo por compasión, ese no sería su estilo. Así que como había acostumbrado desde hace unos veinticinco cumpleaños anteriores, pidió su pastel de cumpleaños a esa misma pastelería a la cual se había hecho devoto, al llegar su pedido, encendió su reproductor con su canción de cumpleaños favorita, encendió su única vela, y al terminar la pista la apagó sin pedir un deseo, ya que seguro se encontraba que no había deseo que no fuera a cumplir con su último acto. No diré la manera en la que acabo con su vida, sólo que mientras aspiraba su última porción de aire, su amada en silencio devolvía su llamada, pidiendo disculpas, diciéndole que por años había esperado su llamada, diciéndole que estaba en cierto sentido a convertirse en su razón para soñar sin sentido.