viernes, 12 de octubre de 2012

Pasión sin Compresión

Con unas palabras cualquieras ponía fin a su entorno de inconformismo, aquel que bien sabia ella misma se había conseguido. En el soledad de una botella de vino, encontraba aquella compañía que siempre había buscado; aquella que podía entenderla a la perfección. Había descifrado algunas normas morales del entorno que la rodeaba, por lo tanto era probable que en sus veintisiete años creyese que el mundo podía tener a sus pies; no podía encontrarse más hundida en su abismo mental. Una rosa marchita le recordaba aquel primer amor, ese que dio la primera experiencia a su esencia, ese que siempre recordara y que hará posible encontrar en el fondo de su mente; una lágrima amarga guardada con recelo. Tenía sus formas de meditar, es cierto, pero prefería llamarlos métodos de concentración, meditar por alguna extraña razón le parecía un enlace a la masturbación. 

Una lágrima corrió por su mejilla, probó el sabor de su tristeza pareciéndole esta vez un poco salado y sin olor, había llegado el momento, debía realizar aquella acción para cerrar aquel capitulo abierto en su vida cuando fue rechazada por aquel que ella creyó el amor de su vida, ese que siempre sucede intensamente en tres días, limite suficiente para amar con pasión. Tomó su celular, y en aquella agenda de números con nombres guardados sin rostros recordables, encontró aquel numero que había pensado haber borrado en uno de sus despechos silenciosos, llamó sin dudarlo; cuales fueron sus palabras seria hacer un dialogo sin sentido, la única frase recordable seria: ---Recuerde, en mi casa siempre encontrara una botella de ron para beber, un espacio en mi cama solitaria, y un condón para evitar remordimientos--- aquel aceptó la propuesta porque como todo ser intenso, esperaba algo que cámbiese su destino esa noche, para evitar caer por lo menos una vez en la monotonía de aquella también solitaria existencia. 

En un tiempo de su pasado, cuando el destino inexistente había jugado las cartas de azar, los había encontrado en el momento indicado. Una vacación de verano, en una playa cualquiera con un sol incipiente y como único medio social aceptable, el alcohol vaciaba su libido existencial; allí se encontraba con su mejor amiga, ya que este hombre era el único heterosexual capaz de poseer una amiga sin intenciones sexuales, y se encontraba aquella que por primera vez se unía al grupo, la protagonista de esta historia; su nombre era Laura. Serian unas vacaciones cualquieras, era el momento de sexo sin responsabilidad, maldades fuera de contexto en otras situaciones, y como era de costumbre en ese grupo, comentarios ácidos y sin tabúes a cualquiera que se lo mereciera. Ellos se conocían de vista, pero sus rostros habían olvidado, además habían utilizado etiquetas imbéciles evitar cruzar una palabras; seguramente no era el momento. Por lo tanto era el momento de disfrutar aquella semana certera, como cualquier otra en las cuales se tendrán recuerdos vagos de los acontecimientos allí sucedidos. 

En realidad no había cruzado palabras, un “hola” había sido suficiente para conocer sus nombres, para apartar un espacio en la memoria a largo plazo que siempre es aceptable para recordar la imagen de alguien acabado de conocer; aunque ella si recordaba el rostro de Oscar, en un pasado de ese pasado, habían sido presentados pero por su forma de mirar le pareció un tonto. Justamente habían pasado ya tres días de aquella semana, con los acontecimientos normales de toda vacación juvenil, tres días en los que las miradas habían hablado entre ellos, mucho más que las palabras de su poca creatividad etílica; entonces había llegado tal vez sin desearlo el momento de encontrarse en la misma cama. No era sexo lo que debía suceder, tres días extremos llevan a un cansancio extremo, no había más habitación, debían dormir en la misma cama. Para que caer en detalles que sólo llenaran el morbo, paso lo que tenía que suceder, fue agradable para ambos, aunque él se sentía incomodo con uno o dos aspectos de aquella relación intima, los dejó pasar, pensó seguramente que luego de aquel encuentro no volverían a cruzar palabra; equivocándose sin duda. 

Empezaron las palabras incomodas al principio: los “hola” sonrojados, el pudor idiota de medir los comentarios, la incomodidad momentánea de abrir la personalidad sin escudo a la otra persona, el verdadero motivo aceptable para cambiar el nombre de sexo a “hacer el amor”, por muy cursi que suene. Se encontraron muy compatibles, tanto que aun luego de haber repetido su acto de pasión otras veces, aun lograban sentir esa sensación al llegar al orgasmo, esa que los hacía sentir como en un vacio imbécil sin pensamientos, donde por menos de diez segundos, olvidaban todo su entorno dejándose llenar de esa sensación relajante, esa que los hacía sentir en la cima del mundo; aunque nunca desaparecieron esas dos o tres incomodidades para Oscar, de hecho, su corazón le haría una mala jugada. 

Su mejor amiga, Juliana, se acercaba y declaraba su amor sincero, silencioso, extravagante. Ese que se había guardado para ella, y con recelo mostraba un poco a su amante mental, disfrazado de la figura de Oscar; en cierto sentido su mujer mental también se encontraba vestida con el cuerpo de ella. Fue inevitable, al besarla por mucho que lo deseo no pudo detenerse, ambos se entregaban sin temor a lo inevitable, sin temor al dolor ya sentido, sintiendo la inocencia perdida ya años atrás que sabían y bien conocían, debían volver a sentir para poder amar nuevamente. El sexo fue inevitable, la entrega fue total, por supuesto hasta que sus cuerpos permitieron esa entrega, y así se repitió una y otra vez sin querer detenerse, porque cada vez que tan retardado orgasmo llegaba un poco de uno entraba en el otro, esto lo hacía el peor de sus vicios, el peor de sus incongruencias; Laura se encontraba fuera de este contexto, Oscar no sentía esas incomodidades con el sexo de Juliana. 

Así que de la forma más sensata, decidieron que una relación de exclusividad sexual era relevante, al final, así serian más felices que buscando sexo casual que terminaría siendo incomodo, y seguramente diera un impulso vago para seguir adelante en una vida solitaria, incomoda, llena de metas sin cumplir, y de vacaciones que jamás recordarían. En Oscar, siempre el recuerdo estaría y aunque sintió despecho, lo que encontraba era suficiente pago para su tristeza; aunque llegó a pensarlo, no le prestó atención, Juliana y él jamás podrían tener un noviazgo normal, ambos compartían desde años atrás el mismo apartamento, aunque pensó que seguramente sería algo parecido pero esta vez con deberes maritales, esto haría ahogar a su relación. 

Por su parte, Laura moría en sus propios conflictos, el único hombre que había amado en su vida, la cambiaba como un papel barato en el cual pudo limpiar su pene sin obtener ningún pago a cambio. Lloró, si que lloró, no sólo perdía a Oscar, sino también a Juliana, su mejor amiga, aquella que siempre le prestaba su hombro para un abrazo cuando su corazón intenso se equivocaba de nuevo; esta vez no encontraría ese apoyo. Aunque era fuerte no tenia tal fortaleza para poder ver aquella felicidad ajena que podría ser suya, decidió inteligentemente buscar en otra parte aquello que allí había perdido, ya que lo que conocía como vida había sido destruido. Deambuló por toda aquella ciudad noche, tras noche, tras noche, entrando en distintas camas con sólo un trago como pago, trataba de encontrar aquella sensación que había conocido en aquellas vacaciones playeras, y que le había sido arrebatada de la peor manera, pero jamás pudo encontrar algo parecido; aunque también encontró hombros en los cuales apoyarse, ninguno fue tan sólido como el de Juliana, se había derrumbado su mundo, y negándose esto, día tras día se lamentaba de su perdida. 

Un día logro encontrar a alguien, aprendió a quererlo ya que su querer no podía ser espontaneo, pero aun guardaba en su mente y porque no, en su esencia aquellas noches de sexo sin sentido que Oscar le propiciaba, así que en una de esas redes sociales buscó su rostro por mera casualidad, se dio cuenta que luego de tres años de relación, como cualquier pareja habían encontrado problemas y habían roto, volviendo de nuevo sus camas solitarias. Era el momento preciso, por eso tomó el teléfono, por eso fueron sus palabras tan directas, no había otra forma de pedir lo que deseaba. Así el llegó, charlaron, el sexo llegaría de ser necesario, pero Laura necesitaba expresar con su cuerpo lo que con sus palabras evitaba decir. En cierta forma, aquello que a él molesto de manera leve esta vez eran defectos garrafales en una persona, unos que no podía aceptar, así que prestó su cuerpo a aquella relación vacía para poder ayudar a su alguna vez amor compartido, pero ella sintió que el placer no era el mismo, el sexo ejecutaba sin sentido, sin excitación, y aun mas importante, sin pasión. Sin cruzar una palabra más, Oscar desapareció a tratar de remendar su vida, cosa que sin quererlo lo dirigiría directo de nuevo al amor de su vida, Juliana. Laura lloró su perdida, no encontraba salida, todo aquello por lo que había vivido sin esperarlo esos tres años era derrumbado, no encontraba razones para vivir, había llegado el momento de tomar la decisión más importante de su vida; pero al contrario, ya a sus ochenta años en una cama solitaria cuando moría agonizante de una enfermedad terminal, se dio cuenta que era el momento de perdonar, murió tranquila, sin remordimientos, amando en silencio; aunque siempre con la duda de saber cual era ese defecto que atormentaba al ya rostro olvidado de Oscar, jamás lo supo.

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